Habían pasado apenas unas horas desde que papá encontró refugio en la tierra, fui con el resto de la familia a casa de una de sus hermanas, mi tío Roberto, su esposo, destapa y bebe lentamente una lata de cerveza Gallo (Guatemalteca) y empieza a rememorar una fresca mañana de otoño.
Era el año 1966, acababa de morir mi abuelo, el papá de mi papá, estaba derrumbada en la sala de la casa mi abuela y siete de los ocho hijos, al fondo se podía ver, de pie, inmóvil, mi padre con sus 14 años, dando la espalda a la escena y viendo hacia adentro de la casa.
“Parecía que estaba midiendo el tamaño de la responsabilidad que desde ese día iba a cargar sobre su espalda” apunta mi tío mientras da otro sorbo a su cerveza Gallo.
Era el año 1966, acababa de morir mi abuelo, el papá de mi papá, estaba derrumbada en la sala de la casa mi abuela y siete de los ocho hijos, al fondo se podía ver, de pie, inmóvil, mi padre con sus 14 años, dando la espalda a la escena y viendo hacia adentro de la casa.
“Parecía que estaba midiendo el tamaño de la responsabilidad que desde ese día iba a cargar sobre su espalda” apunta mi tío mientras da otro sorbo a su cerveza Gallo.
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