Y las lagrimas brotan, impactado testigo por vías mediáticas de cuan frágil como especie somos, víctimas de la furia que explota desde las entrañas del planeta.
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La magnitud de la tragedia, medida en los miles de cuerpos que regresan a tierra por las olas de ese mar saciado de sangre, deshumaniza a las víctimas a pesar de ser inundados por las historias personales, lloras por el significado que ha alcanzado el evento en si.
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Perdemos la perspectiva de que estos muertos fueron al mismo tiempo hijos, padres, esposos, compañeros de labor pero nos perdemos en la bruma de las cifras, los despojamos de su identidad, de su vida y de su reivindicación como seres humanos.
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Donde quedó el lugar de los muertos, su memoria, su legado, su historia, muchos de ellos jamás serán identificados ni enterrados en forma, jamás se reencontrarán con su familia y su patria y terminarán por perderse en la eternidad.
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